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levante

domingo, 18 de noviembre de 2007

El triste adiós de un levantinista


La anunciada venta de las acciones de Villarroel pondrá fin a 25 años de aciertos y errores de un hombre que salvó al club pero saldrá de él por la puerta de atrás


Pedro Villarroel vive una pesadilla de la que tardará mucho tiempo en despertar. Ha dado el paso que nunca hubiera deseado dar. Anuncia que vende sus acciones y hecha la transacción dejará el Levante, que para bien y para mal ha sido su razón de ser. Ningún momento de los atravesados, y los ha habido duros, le habrá provocado tanto dolor como el actual. Dejar el club, su club, y hacerlo bajo el descontento generalizado de una afición que nunca ha colaborado en su verdadera medida. Se irá y no como él quiere y merece. Debería salir del club a hombros y lo hará por la puerta de atrás, sobre todo tras sus desmedidas críticas a la afición y a casi todos los estamentos del club.

Son más de 25 años los que el máximo accionista del Levante ha trabajado para el club de sus amores, el club que, siendo un niño, le inculcó su tío. Incluso sin formar parte de juntas directivas, Villarroel estuvo siempre dispuesto a ayudar y a tirar de cartera. Sólo él sabe el desembolso realizado a cambio de nada a lo largo de su vida. Pero el profundo amor que siempre ha profesado al Levante ha terminado por crear un monstruo que se le ha vuelto en su contra. Muy a su pesar, Pedro se ve obligado a vender los títulos de la sociedad y abandonarla de mala manera, de una forma que tal vez no merece, pero labrada por un estilo de proceder muchas veces dictatorial y autoritario, que ha hecho explotar y desertar poco a poco a una afición harta de contemplar año tras año los mismos errores.

Los últimos años han sido especialmente nefastos en la cada vez más disparatada gestión de un Villarroel que, junto con Ángel Rubio, saneó económicamente a un club al que rescató del infierno, hecho un solar y endeudado hasta las banderas que ondean en la grada de preferencia. Rubio, amigo íntimo desde la juventud, compañero de estudios y socio en el negocio profesional, acabó por dejar a Pedro. Sus desmanes rompieron una relación más que familiar.

Los innumerables gestos y desembolsos realizados por Villarroel, algo que nadie le agradecerá, no han impedido el progresivo deterioro de su gestión y, con ello, también el de su imagen. Pero no sólo Pedro es culpable. Tanto como él lo son los muchos directivos y consejeros que se han dedicado a bailarle el agua y se limitaron a decirle lo que quería escuchar. Sin hacerle ver la realidad y mucho menos plantarle cara. Los que no estuvieron de acuerdo con su forma de proceder se marcharon. Los de la cabotá aguantaron a cambio de ridículas prebendas.

El amor de Pedro Villarroel al Levante afectó también en lo que se refiere a la parcela técnica. Teniendo siempre presente que se ha jugado su dinero, y mucho, nunca tuvo la templanza y frialdad de dejar trabajar a profesionales del ramo en lugar de aficionados que se limitaron a cumplir órdenes, en muchos casos absurdas, sin hacerle ver la realidad. Sin entrar a relatar la manera de devorar entrenadores, de los que se enamoraba futbolísticamente y a los que pasaba a odiar en cuestión de días, la secretaría técnica ha sido lamentable desde hace años. Pero todos han aguantado a la sopa boba y se han dedicado a vegetar. Y Villarroel, tirando de ordenador y haciendo caso a las milongas que le contaban representantes, ha sido engañado una vez tras otra con un desfile de fichajes de jugadores extranjeros desconocidos, sin nivel, pero muy bien pagados. Por descontado, nunca de forma acorde al rendimiento que ofrecieron.

El dueño del Levante ha decidido vender, pasar a la reserva. Descansar, en suma, algo que se ha ganado con creces. En el Levante se ha dejado dinero, salud y tiempo, algo que, por muchos errores que haya cometido, se le debe reconocer. Los hechos demuestran que debió tomar antes la decisión, para salir por la puerta grande y no bajo el ambiente enrarecido actual.

Al término de la pasada temporada, tras golear el Levante al Valencia (4-2) y asegurar la permanencia entre los grandes, Pedro debió dar el paso. Y pudo hacerlo. Tuvo comprador en un grupo de empresarios entre los que se encontraba Antonio Blasco, presidente del ascenso en Xerez. Estuvo cerca de hacerlo y al final se echó atrás.

En su desesperada huida hacia delante, no exenta de valentía, Pedro Villarroel no ha regateado esfuerzo económico y humano en favor del Levante. Recientemente ha sacado de su bolsillo otro puñado de millones de euros para hacer frente a las necesidades del club y a las deudas con la plantilla. Si Villarroel recupera algo del dinero dilapidado, se lo merece. Pero jamás recuperará el que desde hace tantísimos años ha desembolsado.

El respaldo encontrado en el Ayuntamiento, en forma de aval, ha sido una bocanada de aire fresco a la histórica entidad. Villarroel, de nuevo luchando contra todo, muchas veces en solitario, ha encontrado la ayuda necesaria. Vivió como nadie el ascenso a Primera en la campaña 2003-04, en lugar tan discreto como imprescindible. En la 2005-06 repitió estando al frente. Ahora, con su marcha, su esposa, hijas y nietos le disfrutarán. Lo merecen ellos y él.

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